San Sebastián. Guido Reni (1575-1642).
Los soldados tensaron las cuerdas de sus armas
del mismo modo en que una orquesta afina sus violines
antes del concierto.
¡Que lo desnuden!
¡Atadlo a un árbol!
Que primero lo azoten con la fusta.
Y espero que le duelan sus heridas
tanto como me duele su belleza.
Y el viento abrió con furia
la piel del bosque,
erizó la corteza de los pinos,
congeló la savia de los helechos,
y derritió el corazón de la centuria.
Por un momento la piel del mártir
parecía hielo.
Apuntan temblorosos al cuerpo maniatado.
Lo miran con ternura y sin embargo disparan.
Y disparan al tronco,
después de largos años de duro entrenamiento.
Hay flechas que traicionan su objetivo
y alcanzan un costado,
el dorso de los muslos o la oquedad de las axilas.
¿Dónde aprendisteis a tirar con arco?
¿Qué hacéis? ¿Estáis llorando?
¿Por qué derraman lágrimas mis arqueros?
¿Es la primera vez que a la muerte llamáis
con vuestras armas?
No sois guerreros, sois un concierto de plañideras.
Dejadlo libre.
Que se lo lleven y curen sus heridas,
y que luego se pase por mi tienda,
allí lo esperaré, para darle su merecido.
Para Chema
Los soldados tensaron las cuerdas de sus armas
del mismo modo en que una orquesta afina sus violines
antes del concierto.
¡Que lo desnuden!
¡Atadlo a un árbol!
Que primero lo azoten con la fusta.
Y espero que le duelan sus heridas
tanto como me duele su belleza.
Y el viento abrió con furia
la piel del bosque,
erizó la corteza de los pinos,
congeló la savia de los helechos,
y derritió el corazón de la centuria.
Por un momento la piel del mártir
parecía hielo.
Apuntan temblorosos al cuerpo maniatado.
Lo miran con ternura y sin embargo disparan.
Y disparan al tronco,
después de largos años de duro entrenamiento.
Hay flechas que traicionan su objetivo
y alcanzan un costado,
el dorso de los muslos o la oquedad de las axilas.
¿Dónde aprendisteis a tirar con arco?
¿Qué hacéis? ¿Estáis llorando?
¿Por qué derraman lágrimas mis arqueros?
¿Es la primera vez que a la muerte llamáis
con vuestras armas?
No sois guerreros, sois un concierto de plañideras.
Dejadlo libre.
Que se lo lleven y curen sus heridas,
y que luego se pase por mi tienda,
allí lo esperaré, para darle su merecido.
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