Friday, February 26, 2010

Café Averno

Entre las seis y las ocho de la mañana el Café Averno concentra casi todos los vicios. El ludópata pulsa las teclas de la máquina tragaperras como si fuera el órgano de una catedral oscura. Los feligreses asisten con terror a los exorcismos de la madrugada. La ninfómana, con un whisky entre las manos, envidia a la puta que bebe cafeina compulsivamente. El camarero muestra el vello de su pecho sin vanidad, parecen los crisantemos mustios de una tumba olvidada. Una señora de abrigo raído lleva en la mano las catástrofes que durante el día deposita dentro de los paragüeros. La tele no se calla nunca. La grieta de la vida se quiebra justo en los azulejos de la cocina. Una gotera derrama lágrimas, inunda el sótano, hace agujeros en el cerebro de las ratas.

Thursday, February 25, 2010

Los lazos del árbol

Hasta ayer, habíamos colgado lazos en la rama del árbol que está más cerca de mi ventana. Había 30. Cada uno representaba un deseo. Pero hace unas horas los jardineros del ayuntamiento lo han podado.

¿Qué pasará con los lazos? ¿Y con los deseos? ¿Se cumplirán pronto? ¿No se cumplirán nunca?...una bruja profesional me tranquiliza con sus augurios: "el mes de marzo será maravilloso para los sagitario".
Eso espero.

Thursday, February 04, 2010

AUTORRETRATO según el tópico de Appendix Probi (A pero no B)



Todos los días cuando me levanto
el espejo refleja mi retrato,
como si el mismo William Fox Talbot,
oculto y sigiloso en el azogue,
dibujara mi rostro fotogénico
con el sincero lápiz de la luz.
Y pinta una nariz recta, amplia frente,
rizos alrededor de las orejas,
piel blanca, pero no de duro mármol,
porque ni soy de Kritios el efebo,
ni mi cara responde a proporción
áurea. Más bien copia las teselas
de un antiguo mosaico bizantino:
el rigor de sus rasgos, tan abstractos
como un Kandinsky o como un Malevich.

Aunque tampoco soy el ermitaño,
el santo penitente en su caverna,
con el nimbo dorado cual satélite
que se pierde en las ondas del cabello.
Parezco sin embargo alguien discreto,
pero en realidad guardo tormentas
en mi pecho, ventiscas en mi puño,
el orgullo violento del artista
encogido en los párpados, cobarde
como un testigo mudo, silencioso
como quien no se atreve a confesar
la razón más profunda de su mente.
"De ti mismo traidor" dice el espejo
que toda la verdad muestra invertida,
que toda la verdad de mis facciones
exhibe con descaro ante los ojos.

Y mientras, envejezco: las arrugas,
las canas, el cansancio de la carne
me invade poco a poco, lentamente,
y el crudo realismo en mi epidermis
hace estragos. Ribera, Caravaggio
tomarían mi cuerpo por modelo.
La falta de ilusión en la mirada,
pero no la fatiga o la tristeza.
Todavía conservo el estupor,
encuentro la belleza en las esquinas,
en la fina cornisa del crepúsculo,
sobre la cara oculta de la Luna,
debajo de los bancos del paseo,
en los cuartos traseros y almacenes.

Pero ya no la encuentro en este espejo:
pintura manierista que encarcela
mi boca de Gioconda cabizbaja
en cruenta cornucopia sin sonrisa;
retrato de mi rictus convertido
en eclipse solar para el museo.