Las erratas se cuelan entre las palabras,
cuando hablo
cuando escribo
cuando leo.
Odio las erratas.
Mi autoexigencia practicaría un erratocidio cada día,
abro mis cuadernos,
leo mis reportajitos,
mis críticas...
incluso la novela que nunca acabo
y cada errata es una pesadilla. Un accidente. Una neurona muerta.
Las erratas que más me molestan son las semánticas. No puedo con las erratas semánticas.
He confundido el pecado con la tentación. Esto sí que es una errata terrible.
Luego hay erratas vergonzosas, que deltan al redactor dubitativo. La frase anterior.
Menos mal que, en ocasiones, una errata necesaria explica, y justifica el texto. No hay texto sin errata, del mismo modo que tampoco hay belleza son deformidad.
Por esto, aquí va la errata que que necesitamos. La errata doble doble, como un eco fascinante concluye esta mínima reflexión reflexión.
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