Era la más pequeña de las nubes
un lago de vapor sobre los prados,
la jaula suspendida de querubes,
que de tan suaves y fluctuantes lados,
pintaba en el aire realidades
con mis finos reflejos plateados.
Mi piel de agua, sudando tempestades,
y escampa el cielo, gris, azul cobalto,
cuando se parte, alumbro oscuridades.
Yo caigo derramada desde lo alto,
convertiéndome en lluvia de verano,
hasta romper mi piel sobre el asfalto.
Inundo con mi cuerpo el suelo plano,
corrompo con mi lágrima la tierra,
me deslizo con garbo de aeroplano.
Soy licor en los labios de una perra,
oscuro ecosistema de miserias,
filtrado entre los dientes de su sierra.
Me defiendo de tropas de bacterias,
salpico su hocico con mi vuelo,
y navego veloz por sus arterias.
Moléculas de mí tejen su pelo,
soy babas cristalinas en las fauces,
pero mejor me siento que en el cielo.
Las venas, las arrugas y los cauces
de un mamífero fiero, de una bestia,
ladrando furibunda entre los sauces.
Entonces me convierto en la molestia,
en la abrasiva orina de animal,
en la forma del agua más modesta,
y dulcemente riego el secarral,
penetro el corazón de la semilla
para inventar el mundo vegetal.
Primero tierra, raiz, zarzapadilla,
luego sabrosa sabia del vergel,
caramelo de luz de naranjilla.
Mi líquido se espesa, soy la miel,
la cera, arquitectura de la abeja,
el arco, la cornisa o el dintel.
Porque del tiempo ignoro su madeja,
puedo ser digerida, evaporada,
pero nunca seré mucho más vieja.
He sido y seré siempre transformada
en pálpito, cristal, fuerza motora,
llorera, tempestades o cascada.
Y vuelvo a transformarme en constructora,
cuando mi flujo en rocas precipita
los átomos de piedra que atesora.
Ya torneo la forma estalactita,
mocárabe del techo cavernoso,
y nazco arroyo en pies de estalacmita.
La corriente de un río caudaloso
me arrastra por órbitas fluviales
hasta alcanzar el mar, tan proceloso,
donde puedo ser hielo en los glaciares,
en las playas rotunda y violenta ola
y noche opaca en aguas abisales.